Caleidoscopios de naturaleza en ebullición, geometrías complejas de gamas cromáticas inabarcables. La serie Horror Vacui, de Ramón Tormes, compila el universo personal del artista en un conjunto de collages en los que el impacto estético inicial se extiende de manera natural al deleite por el minúsculo detalle de las falsas simetrías. Collages vivos, en constante evolución, y que crecen ante los ojos del observador.
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La exposición en Factoría de Arte y Desarrollo se completa con la nueva serie Solitudes. Piezas oscuras y de pequeño formato, que reflejan una naturaleza en este caso en estado de descomposición, donde el detalle macabro marca el proceso de cambio. Una serie en las que las geometrías caleidoscópicas dan paso a los iconos funebres, y que supone una incursión diferencial en la particular obra de Ramón Tormes.
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La Ciencia y el Arte son buenos aliados. Desde siempre, ambos han estimado la medida justa en la mixtura de sus preceptos para entender sus avances de forma más atractiva o rigurosa, más lúdica o razonada, pero siempre más amplia dentro del apoyo explicativo en determinados discursos. E, incluso entre acciones tan aparentemente poco comparables como el ejercicio que genera contemplar una pieza de arte o resolver una ecuación algebraica, incluso entonces, la interacción entre Ciencia y Arte procura siempre conclusiones más globales y airosas.
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El trabajo de Ramón Tormes (Salamanca, 1963) ejemplifica a la perfección la conjunción entre la ciencia más pura con las bellas artes. En sus collages digitales aplica tantos grados de libertad como considera para dar forma a oníricos universos de dos dimensiones. Mundos que tiñen de color la vacuidad. Puzles de sofisticados hábitats poblados por seres que cohabitan en terrenos caprichosos e infinitos, sabiéndose imprescindibles.
Tormes es testigo privilegiado de los cambios evolutivos en la esfera artística desde que, a finales de los años setenta, se matricula en la Escuela de Artes Aplicadas de Salamanca. Es entonces cuando su conexión con los innumerables elementos diacrónicos que acompañan su carrera toma cuerpo a través de una realidad multiforme. Una realidad en la que se desenvuelve con soltura gracias a sus amplísimos conocimientos sobre música, literatura, cine, pintura o moda. Sin embargo opta por huir de la exposición, vivir en el campo y dedicar el tiempo a su negocio floral. Y sin descuidar nunca su faceta más creativa, continúa su actividad artística como amateur, sin hacerla pública -por pudor, tal vez- hasta que reúne la pujanza para presentar sus trabajos. |
Consciente de que la evolución hacia la contemporaneidad transcurre dentro de un panorama esencialmente heterogéneo y, en ocasiones, difícilmente comprensible, el artista recurre a aunar el pasado con el presente. Se vale de las estampas icónicas de belleza de todas esas disciplinas sobre las que ha planeado y expresa a través de la informática su propuesta plástica con una actitud que se desvincula de cualquier tipo de canon y de supuestas exigencias demostrativas, para imponer su propio significado de la modernidad más polisémica y del paradigma de la vanguardia menos pretenciosa.
Sin proponérselo, como por arte de magia, Ramón Tormes ha conseguido aglutinar sus querencias y plasmarlas –decidido y gallardo-, con un trabajo digno de elogio, sobrado de originalidad, disciplina, rigurosidad y encanto. El encanto resultante de poner en práctica esa alianza que trataba al principio del texto, ese binomio dialogante entre, por ejemplo, las notas anatómicas que Leonardo Da Vinci apuntó en el hombre de Vitruvio y la magnífica ensoñación con la que Lewis Carroll escribió Alicia en el País de las Maravillas. Javier Ubieta |